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Inmigrantes, ¿hasta cuando?



TOÑO VEGA
JOAN BARRIL
Una de las paradojas de la comunicación se produjo el otro día. Fue en TV-3 por la mañana. Mi admirada Helena García Melero entrevistaba, entre otros, al señor García Albiol, miembro rampante del PP de Catalunya y autor de la campaña xenófoba que tan buenos resultados le dio en las anteriores elecciones entre su electorado de Badalona. Se hablaba, naturalmente, de la inmigración. La moderadora empezaba a perder la moderación ante la insistencia de García Albiol argumentando que los recursos públicos son antes para los locales que para los inmigrantes. En un momento dado, la amiga Helena interpeló a García Albiol recordándole que se llamaba García, y que eso indicaba que tal vez en su día también él había sido un inmigrante. En el aire quedó la evidencia de una García recordando el origen del otro García para hablar de los otros, una a favor y el otro en contra.
Tal vez algún día volveremos a ver en la televisión catalana un momento tan glorioso como este. Hassan contra Hassan, Li contra Li, Musharraf contra Musharraf, y todo esto en catalán nivel C. Porque nos da la sensación de que el tema de la inmigración no es un problema, sino que es la solución a las dudas electorales de ciertos partidos. Cuando no se tienen grandes ideas o, en el supuesto de que se tengan mejor no decirlas, entonces se recurre al tópico. Y la inmigración es siempre un tópico rentable. Entre otras cosas porque los autóctonos votan y los inmigrantes no. Como sea que lo que se buscan son votos, parece obvio que el colectivo inmigrante no está formado por sujetos, sino por meros objetos sobre los que descargar las esperanzas o las frustraciones de los votantes.


Este fenómeno no es nuevo en Catalunya. Desde siempre hemos tenido en Catalunya ciudadanos que no han nacido aquí y que han acabado formando parte de las élites del trabajo y de la empresa, del arte y de la política. Pero en el último cuarto del siglo pasado la inmigración empezó a verse como el contrapeso de la recuperación nacional catalana. ¿Cuántas veces debimos escuchar que la Feria de Abril era un intento numantino de los andaluces para no integrarse en la llamada sociedad de acogida? Habían pasado muchos años desde que el tren llamado El sevillano descargaba a los primeros inmigrantes con sus maletas de cartón, pero 40 años después todavía había nacionalistas que veían con suspicacia el acto de bailar sevillanas, como si las sevillanas fueran un baile hostil y no una manifestación genuina de una alegría.


Lo que sucedió con aquellos otros catalanes se repite hoy con saña sobre los colectivos extranjeros que han llegado hasta aquí. Hoy, al colectivo inmigrante se le exige un cúmulo de arbitrariedades no tanto para permitirles graciosamente la integración, cuanto para tolerar su mera existencia. Al inmigrante de hoy se le somete a sospecha permanente, se le exigen unos papeles que por lo visto son imprescindibles, se les conmina a aprender la lengua y a amar las costumbres del país, se les amenaza con la pérdida del padrón y se les recuerda que en cualquier momento pueden ser expulsados.


Eso por lo que respecta a la legalidad. La presión ilegal y violenta afortunadamente todavía está por llegar. Los nietos de esos inmigrantes, ¿continuarán siendo objeto de la arbitrariedad nacional? En definitiva: ¿cuántas generaciones han de pasar para dejar de ser inmigrante? ¿Cuántas elecciones continuarán blandiendo el estigma excluyente del recién llegado aunque haga décadas que llegó?SFlb

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